jueves, julio 30, 2009

Óbices


Estos meses de mudanza pedían a gritos una imagen clara.
Qué mejor para indicar que he ido de cráneo.
Pero aprovechando que la canícula aprieta y entorpece la visión nítida del horizonte, yo comienzo a ver la luz.

martes, julio 28, 2009

Eso no


Utilizaré esta potente arma de difusión, esta plataforma de denuncia para, no llamemos a las cosas por el nombre que no es, cagarme en Minute Maid.

De las muchas cosas con las que podrían haber justificado el sueldo los del departamento de marketing, van y se ensañan con la única por la que yo compraba esa marca: el sabor.

Lo que quiere decir que se ha acabado mi experiencia sinestésica de los últimos diez años vinculada al zumo de bote.

En 1999, incauta como nadie pese a mi diecinueve años, tomé una ristra de cuestionables decisiones que me pusieron al otro lado del charco con el fin de pasar dos meses en lo que resultó ser el lugar más aburrido de la tierra, en el momento en que la peseta estaba más hundida y el dólar más alto y con una edad que no me permitía seguir cultivando unos vicios para los que ya apuntaba yo maneras de profesional (esto es beber y fumar, estar en los bares así en general). Hablamos de Boston. Ciudad que últimamente aparece de forma recurrente en las conversaciones y siempre concluye igual: qué bonito. Qué aburrido.

Al caso, mi trauma infantil tardío (porque si hubiera pasado por el aro y me hubiera dejado castigar a los catorce en Irlanda esto no me hubiera sucedido a una edad a la que ya era patético tener morriña, no saber hacer amigos y seguir poniendo cara de mala hostia por si acaso) no tenía mucha salida ni aplaque (sí, leí hasta que se me quemaron las pestañas y fui hasta donde el tren me llevaba), pero lo cierto es que no tenía ni para pipas, sólo para Minute Maid, que era más barato que el agua. 1$=1/2l. Oh, sí. Ésta era la ecuación que cuadraba mi economía en el verano más aburrido de mi vida.

Y desde entonces, Minute Maid se convirtió en mi Coca-cola personal. Beber este zumo artificial era recordar aquel aburrimiento y sentir de inmediato la chispa de la vida.

Y ahora un capullo de marketing se ha cargado mi madalena prustiana para añadir a la etiqueta "Nuevo sabor" y ganar un comprador para perder otra, yo, sin duda mucho más importante.

Porque ahora, s'ha acabat el bròquil, no compraré nunca más Minute Maid ni atormentaré a nadie con los litros (fueron muchos) de zumo que consumí aquel verano.

(Lo sé, entre el panegírico desfasado a mi lavadora y este turrón mi regreso a la blogesfera es de lo más cuestionable, pero es lo que hay. Buenos días).