martes, octubre 04, 2011

feo de pueblo

Su rostro era feo con avaricia, una alcayata, un crucigrama ambulante. El asunto de su rostro era de lo más circunflejo que pueda darse, no tanto por la fealdad en sí como por su disposición.
Julio se había preguntado muchas veces ante el espejo, desde la infancia, por qué sería así y no un feo moderno y normal; uno de esos feos simpáticos que nos quitan las novias. Él quería sentirse dueño de una de esas sonrisas que hacen correr, maternales, a las mujeres más hermosas a los brazos de los feos, no por un capricho ocasional sino para quedarse a vivir allí, como propietarias y guardianas de la fealdad, como amamantadoras insaciables de la misma. No, no era el asunto del amor irrelevante en la vida de Julio, el césar de los feos. Porque si él hubiera sido un feo vulgar, incluso un feo de pueblo, su arte, su oficio en materia de fealdad, le habría sacado el mejor partido al asunto y su problema habría quedado resuelto en un pispás. Él se reía de los feos quejicas, que se lamentan de puro vicio, cuando tienen entre sus manos la palanqueta de la seducción.
Ser un aborto y aceptarlo no supone mérito alguno.

Campos Reina
"El hijo de Picasso. Tríptico de la esquizofrenia III"
Dulces tormentos

Sencillamente enorme
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lunes, octubre 03, 2011

Quote!

La oscuridad es la sangre
de las cosas heridas

"Atardecer", 1921
J. L. Borges