miércoles, agosto 06, 2008

Anatomía de la melancolía

Melancolía en disposición, llamada así impropiamente.
Equivocaciones

La melancolía, el tema de nuestro discurso presente, lo es en disposición o en hábito. En disposición, es esa melancolía transitoria que va y viene en cada ocasión de tristeza, necesidad, enfermedad, problema, temor, aflicción, enojo, perturbación mental o cualquier tipo de cuidado, descontento o pensamiento que cause angustia, torpeza, pesadez y vejación del espíritu y cualquier ánimo opuesto al placer, la alegría, el alborozo, el deleite, que nos causa indolencia o disgusto. En dicho caso, llamamos melancólico al que está embotado, triste, huraño, torpe, indispuesto, solitario, de alguna forma enternecido o descontento. Y de estas disposiciones melancólicas no está libre ningún hombre vivo, ni siquiera el estoico: nadie es tan sabio, tan feliz, tan paciente, tan generoso, tan divino, tan piadoso que pueda defenderse; nadie está tan bien dispuesto que en uno u otro momento no sienta su dolor, más o menos. La melancolía, en este sentido, es una característica inherente al hecho de ser criaturas mortales.

Anatomía de la melancolía
Robert Burton
1621

[La idea de la imagen cortesía de c., Corbis ha hecho el resto]

3 Comments:

Blogger fag said...

hum, ¿primera entrada?¿si?
no, ¿no?

jaja

me iré pasando, espero que las demás sean tan interesantes como esta.

saludos

12:38 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Un fragmento del artículo sabatino de Rodríguez Rivero en Babelia acerca de la medicalización -y demonización- de la tristeza en el siglo XX, que me ha recordado este post y nuestro encuentro en la Virreina la noche antes de que lo escribieras.
P.



Depre

Si no la ha padecido, no lo lamente, aunque en ese caso es difícil que pueda hacerse una idea de su poder devastador. La depresión profunda -ese "sol negro" de Julia Kristeva- es, como la experiencia psicoanalítica, casi inefable. Culturalmente es un motivo antiguo: en sus (atribuidos) Problemata, Aristóteles se preguntaba la razón de que tantos hombres excepcionales la hubieran experimentado. Aquella bilis negra (khôle mêlas) que está en el origen etimológico de la antigua "melancolía" y que se transforma en el medievo en la acedía -pecado nefasto que afectaba a los anacoretas- es tratada como depresión a partir del furor medicalizador del siglo XIX. Quizás nadie la haya expresado plásticamente de modo tan fascinante y enigmático como Durero en su célebre grabado Melencolia I (1514). Y algunos han querido rastrearla hasta en la sartreana angustia de contingencia de Antoine Roquentin (La náusea). Un gran novelista norteamericano, William Styron (1925-2006), nos dejó la crónica helada de su propia depresión: Esa visible oscuridad, publicada en 1991 por Grijalbo Mondadori, no estaba disponible en librerías desde hacía tiempo. Ahora regresa, bajo el sello La Otra Orilla (Grupo Norma) y en nueva traducción del escritor Horacio Vázquez-Rial (del que también se incluye un sincero epílogo autobiográfico), la que quizás sea una de las mejores aproximaciones literarias a esa enfermedad que se aposenta callada e insidiosamente en el espíritu, amordazándolo. Cuando Styron comenzó a salir de la suya le aliviaba escuchar la Rapsodia para contralto de Brahms. Él fue quien me descubrió los poderes balsámicos de esa música: por eso la escucho (la prefiero interpretada por la inolvidable Kathleen Ferrier) cuando naufrago en efluvios saturnianos o el Weltschmerz (dolor del mundo) se me pone insoportable.

11:41 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Reveladoras, tus intertextualidades. Se echan de menos.
Besos,
P.

11:44 p. m.  

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