domingo, abril 11, 2010

Lecturas inesperadas


que jalonan otras muy esperadas.
Desde muy pequeña estudiaba los títulos bicolores de la colección de Club Bruguera, que entendía que sería la consagración de mi ya iniciada carrera lectora. Cierto es que me salté sin ninguna pena ni miramiento toda la literatura juvenil: yo fui de Roald Dahl y el pequeño Nicolás a El Principito y Los renglones torcidos de Dios. Sin duda, hice numerosas elecciones erráticas, de las que no lamento ninguna (Flores en el ático es un thriller malo que no hace ningún daño haber leído -a los doce o trece años, claro-). Y no obstante, aún hoy, me sorprendo del criterio censor que me imponía sin supervisión externa, del temor a no entender que me empujaba a postergar títulos para "cuando fuera mayor".
Rojo y negro forma parte de esos títulos. Tanto que en mi desarrollo anglófilo como lectora quedó enterrado, y del propio Stendhal se "me coló" La cartuja de Parma, así como otros muchos autores franceses de cuya existencia tuve noticia mucho más tarde.
Ayer, con la explosión de la primavera, a las 8.30 de la mañana empecé mi paseo por Verrières. Y me alegro de haber esperado. Éste es el momento.

Pero nobleza obliga, y no puedo sino decir que la lectura que me acompañó desde el martes, uno de los hallazgos, que gracias a los seres que sí habitan en el mundo ahora sé que debo a Joan de Sagarra, ha sido de lo más divertido que he tenido entre manos en tiempo. Un "divertido" diferente. Esa visión caústica del mundo que, por fortuna, tengo bajo la piel desde hace mucho (la singular biblioteca de mi madre abundaba en obras alemanas, checoslovacas y húngaras, más que en otras). El papel de mi familia en la revolución mundial de Bora Cosic sencillamente me parece un must.