martes, junio 29, 2010

Otros

Otros, Muñoz Molina en particular, tienen el poder y la palabra de desentrañar la gran cadena de lecturas que componen mi canon personal, ése que a mi propio parecer es más azaroso e improvisado de lo que realmente es.

Con dieciséis años tuve una revelación entre mística y panteísta: descubrí a Blas de Otero. Ni siquiera sé si cuando me tocaba a mí hacer la lectura obligatoria, o simplemente cuando el libro rondaba por las mesas de mi casa (que era como solían caer en nuestras manos, sacados por capricho de las estanterías, hojeados y abandonados en pilas siempre para ser recuperados en el momento propicio). Poemas como "Hombre", títulos como Ángel fieramente humano, palabras como "cercenar" cuajaron en mi imaginario sediento de palabras extremas. Y la alegría es que jamás me han abandonado (tanto es así, que ya antes de todo esto estaba Pido la paz y la palabra en mi mesa de hoy).

Pero es ahora, leyendo el artículo de Muñoz Molina que he reservado hasta hoy, cuando siento la nueva revelación, la luz sobre algo que no por explicado deja de ser animal e inconsciente ("una sensación de intensidad, el estremecimiento de lo verdadero y único, lo que es irrepetible y secreto y sin embargo puede formar parte de la vida de cualquiera").