Parallelism #2
Llevaban tiempo, desde antes de la guerra, hablando del embalse y diciendo que tendríamos que dejar el pueblo y, cuando llegaron unos del gobierno y ofrecieron cuatro perras por las tierras y las casas, mis padres y mis tíos no se lo pensaron. Con embalse o sin embalse, aquello no tenía ningún futuro... Y, si teníamos que rehacer la vida en otro sitio, cuanto antes empezáramos mejor, ¿no? Así que metimos todo lo que pudimos en los carros y nos echamos a la carretera. Tardamos cuatro días en llegar a Barcelona. Lo que más llamó la atención de mis hermanas fue que las calles tuvieran nombre y las casas número. Claro para no perderse, dijo mi padre. Íbamos con los carros por la Gran Vía, que entonces se llamaba José Antonio, y la gente nos señalaba con la mano y se reía. Por un conocido de mis tíos conseguimos que nos dejaran meternos en un piso del Barrio Chino. En aquella época, esa parte estaba llena de inmigrantes aragoneses. Lo primero que hicimos fue ir a ver el Centro Aragonés, que estaba muy cerca, en la esquina de Joaquín Costa. Enttrando en Barcelona habíamos visto otros edificios más grandes y más elegantes, pero aquél nos impresionó más. No sé. A lo mejor era que lo compárabamos con las casas del pueblo, tan pobres, tan mugrientas, y nos parecía que en Barcelona podríamos llegar a hacer cosas y realizar sueños que en el pueblo ni siquiera éramos capaces de concebir.
El día de mañana, Ignacio Martínez Pisón
El día de mañana, Ignacio Martínez Pisón
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-Consulte sus libros de historia -prosigue-. Allí verá lo que implica que las personas estén enamoradas de sus enfermedades. Hace tan solo cincuenta años, los niños aún se enseñaban orgullosos unos a otros los rasguños de las rodillas. Los adultos pintaban corazoncitos en las escayolas. Todos se quejaban de alergias al polen, dolores de espalda y problemas de digestión, y, sin embargo, lo único que querían era lo siguiente: una atención inmerecida. Todo tipo de quejidos exagerados eran seriamente considerados como tema de conversación. Las visitas al médico se convirtieron en un deporte popular. Para las personas, la enfermedad era la prueba de su existencia; ¡como si no les fuera posible sentir su propio cuerpo si no les dolía nada! Durante siglos se veneró la debilidad, que fue incluso ensalzada como pilar de una religión mundial. La gente se arrodillaba ante la imagen de un masoquista anoréxico y barbudo que llevaba un rollo de alambre de espino en la cabeza mientras la sangre le corría por la cara. El orgullo de los enfermos, la santidad de los enfermos, el amor propio de los enfermos: esos eran los males que consumían a las personas desde el interior.
El Método, Juli Zeh (Traducción de Laura Manero)
El Método, Juli Zeh (Traducción de Laura Manero)
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Pero no se mudaron a Missouri sólo por dinero. Aceptaron también porque Missouri representaba una inmejorable oportunidad de ser infelices. Sí, de ser infelices. Missouri les ofrecía la posibilidad de sufrir, de crearse unos cuantos problemas con el fin de solucionarlos y eso, cuando surge, hay que aprovecharlo. La teoría de Cifuentes era que los seres humanos somos máquinas de resolver problemas, que estamos programados genéticamente para sobrevivir en circunstancias adversas, lo cual es fantástico cuando se vive en las cavernas. Pero hoy, cuando los problemas básicos están solventados y muy poca gente vive en cuevas, ese poderoso mecanismo de resolución se resiste a desaparecer, y tenemos que llevarlo colgando, interfiriendo en nuestras cómoda vida de urbanitas. Los occidentales del siglo XXI no tenemos problemas. Salvo que llamemos problemas a quedarnos sin tóner en la impresora o sin periódico el domingo por la mañana. Vivimos con relativa placidez hasta que un día la máquina de resolver dificultades, que ha estado todo ese tiempo al ralentí, se pone espontáneamente en funcionamiento. Entonces te entran ganas de escalar el Everest o de mudarte a Missouri.
Un momento de descanso, Antonio Orejudo
Pero no se mudaron a Missouri sólo por dinero. Aceptaron también porque Missouri representaba una inmejorable oportunidad de ser infelices. Sí, de ser infelices. Missouri les ofrecía la posibilidad de sufrir, de crearse unos cuantos problemas con el fin de solucionarlos y eso, cuando surge, hay que aprovecharlo. La teoría de Cifuentes era que los seres humanos somos máquinas de resolver problemas, que estamos programados genéticamente para sobrevivir en circunstancias adversas, lo cual es fantástico cuando se vive en las cavernas. Pero hoy, cuando los problemas básicos están solventados y muy poca gente vive en cuevas, ese poderoso mecanismo de resolución se resiste a desaparecer, y tenemos que llevarlo colgando, interfiriendo en nuestras cómoda vida de urbanitas. Los occidentales del siglo XXI no tenemos problemas. Salvo que llamemos problemas a quedarnos sin tóner en la impresora o sin periódico el domingo por la mañana. Vivimos con relativa placidez hasta que un día la máquina de resolver dificultades, que ha estado todo ese tiempo al ralentí, se pone espontáneamente en funcionamiento. Entonces te entran ganas de escalar el Everest o de mudarte a Missouri.
Un momento de descanso, Antonio Orejudo
3 Comments:
m'ha agradat molt Gabi :)
petons
cint
Quan vulguis, et deixo els llibres sencers (a veure si aixi et portem de visita per Barcelona).
Petopeto,
g
sí! :)
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