Dar patadas para no desaparecer
Amanezco con un título, una obra, mil imágenes e incontables palabras, pero sobre todo sensaciones y movimiento, en la cabeza, en el cuerpo. Dar patadas para no desaparecer. Y salgo a la calle, a una gloriosa mañana de mayo. A un día importante. Importante para mí, para mi biografía, para lo que recordaré toda una vida. La mía.
Y una foto que se repite en la portada de todos los periódicos impacta de lleno en un lugar que la biología y la fisiología no han tenido a bien dar nombre, pero existe tanto más que cualquier otro órgano vital.
Mario Benedetti ha muerto.
Y la mañana sigue siendo gloriosa.
Pero ahora duele en toda su belleza.
Muere el poeta que me brindó las primeras experiencias líricas. El único del que he intentado, yo cabeza de chorlito, aprender sus versos. Muere el hombre al que sólo he visto en directo una vez en la vida.
Y duele como si fuera alguien mío.
Porque lo es.
Y muere la misma mañana que tengo la imagen tan mano: Mario Benedetti ya no puede dar patadas para no desaparecer.
Y si mis libros no estuvieran en cajas, repartidos aquí y muy lejos de aquí, sé que no podría hacer más que sentarme a leer, a leer y recordar. A confortarme en que eso sí es para siempre.
Subo Rambla arriba. Por una vez la horda de turistas ha tenido la delicadeza de prestarme la ciudad sitiada. Pienso en lo que vi y escuché ayer en el teatro.
Mario Benedetti es precisamente una de esas referencias de las que me cubrí en mi primera adolescencia. Hoy una capa profunda de mí, que no soy nada más que eso, referencias literarias, musicales, artísticas, culturales.
*Lidia González Zoilo y David Franch son Colectivo 96º y presentan en el ciclo Radicals Lliure Dar patadas para no desaparecer. Quedan dos días (22 y 23 de mayo a horas exóticas). Merece tanto la pena.