jueves, abril 21, 2011
martes, abril 12, 2011
El Este, siempre el Este
–Pero piensa en los Gracos, y en Saint-Just, y en la Comuna de París. Hasta ahora todas las revoluciones han sido hechas por aficionados moralizantes. Ellos han ido siempre de buena fe, pero han perecido por su diletantismo. Nosotros somos los primeros en ser consecuentes con nosotros mismos…
–Sí –dijo Rubachof–, tan consecuentes que, interesados en un justo reparto de la tierra, hemos dejado morir con deliberado propósito en un solo año alrededor de cinco millones de aldeanos con sus familias. Hemos llevado tan lejos la lógica en la liberación de los seres humanos de las trabas de la explotación industrial, que hemos enviado cerca de dos millones de personas a trabajos forzados en las regiones árticas y en las selvas orientales, en condiciones análogas a las de los galeotes de la antigüedad. Nosotros hemos llevado tan lejos la lógica, que para arreglar una simple divergencia de criterio no conocemos otro argumento que la muerte: la muerte, ya se trate de submarinos, de abonos o de la política del Partido en Indochina. Nuestros ingenieros trabajan con la idea, constantemente presente en su espíritu, de que un error de cálculo puede llevarles a la cárcel o al patíbulo; los altos funcionarios administrativos arruinan y matan a sus subordinados porque saben que si fueran responsables de la menor falta ellos mismos serían asesinados; nuestros poetas terminan sus discusiones estilísticas denunciándose mutuamente a la policía secreta, porque los expresionistas consideran que el estilo naturalista es contrarrevolucionario, y viceversa. Obrando lógicamente por el interés de generaciones venideras, hemos impuesto tan terribles privaciones a la generación presente que la duración media de su existencia ha disminuido en la cuarta parte. Con el fin de defender la existencia del país, debemos tomar medidas excepcionales y hacer leyes de transición, contrarias por completo a los fines de la Revolución. El nivel de vida del pueblo es inferior al que tenía antes de la Revolución; sus condiciones de trabajo son más duras, la disciplina es más inhumana, la jornada y exigencias peores que en las colonias donde se emplean culíes indígenas; hemos hecho llegar hasta los niños de doce años la pena capital; nuestras leyes sexuales son más mezquinas que las de Inglaterra; nuestro culto al Jefe, más bizantino que en las dictaduras reaccionarias. Nuestra Prensa y nuestras escuelas cultivan el patriotismo de campanario, el militarismo, el dogmatismo, el conformismo y la ignorancia. El poder arbitrario del Gobierno es ilimitado y no tiene ejemplo en la Historia; las libertades de Prensa, opinión y movimiento han desaparecido totalmente entre nosotros, como si la Declaración de los Derechos del Hombre no hubiera existido jamás. Hemos montado el más gigantesco aparato político, en el que los confidentes han venido a ser una institución nacional, y lo hemos dotado con el sistema más refinado y más científico de torturas mentales y físicas. Conducimos a las gimientes masas a latigazos hacia una felicidad teórica y futura que nosotros somos los únicos en entrever. La energía de esta generación está agotada, se ha disipado en la Revolución; pues esta generación está completamente desangrada y ya no queda de ella más que un pingajo de carne de sacrificio que yace en su torpor… Éstas son las consecuencias de nuestra lógica. Tú has llamado a esto moral viviseccionista. A mí me parece que los investigadores han desollado viva a la víctima y la han dejado de pie, con sus tejidos, sus músculos y sus nervios al aire…
–Bueno, ¿y qué? –dijo Ivanof con aire satisfecho–. ¿No encuentras que esto es maravilloso? ¿Sucedió alguna vez en la Historia algo tan maravilloso? Nosotros arrancamos a la Humanidad su vieja piel para darle una nueva. Esto no es ocupación para gente de nervios delicados; pero hubo un tiempo en que te llenó de entusiasmo. ¿Qué es lo que te ha cambiado tanto para convertirte en una sensible solterona?
Insuperable.