jueves, marzo 08, 2012

Beauty hurts


Me ofende la belleza del mundo cuando estoy triste. Y lo estoy, y cada mañana el cielo es de un azul glorioso, y el sol vierte una luz única sobre las fachadas. A veces me parece que hasta los pájaros conspiran cuando voy camino hacia el trabajo; cantan por encima del zureo de las ratas voladoras, el sonido de mis pisadas se acopla con los trinos. La calle, desierta y reservada para mí, parece un plató de una película que no he visto. Me da la impresión de que las señoras mayores con sus perros patada han pasado por vestuario y maquillaje, que han sobornado a los niños para que sonrían y les han revuelto el pelo para dejar un rastro de sueño y almohada que no puede ser real. Los geranios apenas aguantan el peso de las flores. La plaza ya está barrida, los urbanos pasean plácidamente con las manos a la espalda. Las hordas adolescentes se esperan en las puertas, se ríen y hablan sin descanso. Y yo camino deprisa, siempre deprisa, queriendo dejar atrás los escaparates de panaderías donde todo parece delicioso, los kioskos y sus pilas de periódicos recién alineadas.
Pero llego a las calles donde cada cruce se abre hasta el mar y el cielo se hace infinito, llego a la esquina donde aparecen las palmeras con ganas de cruzar para ver el escaparate de la tienda de plantas que más me gusta de la ciudad.
Y duele.
Duele que todo siga en su lugar, cuando alguien que venía ha dejado de hacerlo.