analógica
He vuelto a la vida analógica.
Bueno, o he vuelto durante un porcentaje importante de horas si lo comparamos con mi vida en los últimos meses (¿años?). Ahora que trabajo entre seres humanos y me han dotado de un pc con una pantalla XL el mundo digital ha perdido protagonismo. Ya no vagabundeo igual por internet (aunque sí saco un rato para no abandonar los blogs y el correo), ya no puedo escribir cuando me inspiro (y sucede lo que sucede cuando escribir se deja de la mano de la inspiración... se pierde entre amalgamas de ideas y pensamientos).
La cuestión es que tampoco me importa en exceso. Me gusta que exista un momento en el que digo basta, me levanto y olvido todo lo que estaba haciendo, sin que me persiga, me angustie u ocupe un espacio de mi cabeza que resulta que tiene bastantes aplicaciones de lo más interesantes y absurdas (como la obsesión por encontrar un adjetivo para el sol que cae sobre Diagonal a la altura de Francesc Macià a las 8.15).
También me he comprado un puzzle, que sigue en su caja, pero que supone la promesa de que existirá un momento en que haré el freakie mirando trozos de pingüinos.
Ahora me permito imaginar que si quiero, puedo hacerlo.
Ahora leo lo que me da la gana, y resulta que después de tres años de lectora pues no es mucho, pero me parece interesante desintoxicarme.
Ahora casi no hablo de mi trabajo, porque al fin es sólo eso, un trabajo.
Ahora hago planes.
Ahora hago el vago.
Y me gusta mucho más de lo que debería.
Bueno, o he vuelto durante un porcentaje importante de horas si lo comparamos con mi vida en los últimos meses (¿años?). Ahora que trabajo entre seres humanos y me han dotado de un pc con una pantalla XL el mundo digital ha perdido protagonismo. Ya no vagabundeo igual por internet (aunque sí saco un rato para no abandonar los blogs y el correo), ya no puedo escribir cuando me inspiro (y sucede lo que sucede cuando escribir se deja de la mano de la inspiración... se pierde entre amalgamas de ideas y pensamientos).
La cuestión es que tampoco me importa en exceso. Me gusta que exista un momento en el que digo basta, me levanto y olvido todo lo que estaba haciendo, sin que me persiga, me angustie u ocupe un espacio de mi cabeza que resulta que tiene bastantes aplicaciones de lo más interesantes y absurdas (como la obsesión por encontrar un adjetivo para el sol que cae sobre Diagonal a la altura de Francesc Macià a las 8.15).
También me he comprado un puzzle, que sigue en su caja, pero que supone la promesa de que existirá un momento en que haré el freakie mirando trozos de pingüinos.
Ahora me permito imaginar que si quiero, puedo hacerlo.
Ahora leo lo que me da la gana, y resulta que después de tres años de lectora pues no es mucho, pero me parece interesante desintoxicarme.
Ahora casi no hablo de mi trabajo, porque al fin es sólo eso, un trabajo.
Ahora hago planes.
Ahora hago el vago.
Y me gusta mucho más de lo que debería.