miércoles, febrero 23, 2011
domingo, febrero 20, 2011
miércoles, febrero 16, 2011
Go Chinese (or the Chinese revolution)
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Pues de repente Manolo es Xing, que ha cogido el traspaso del bar, se ha ajustado la camisa blanca al cuello, se ha calado el chaleco (está pensando cómo echar barriga) y hace unas bravas tan de morirse como las de Manolo.
Señores, que vienen los chinos.*
*Pese a lo mucho que que me interesa la materia, yo no podría ser, ni en mis sueños más salvajes, quien se convirtiera en la firmante de estas crónicas por una razón de peso: en algún momento de mi infancia, mis padres tuvieron una ingeniosa ocurrencia que a posteriori tuvo un calado tremendo en mi forma de ver el mundo, y a los chinos. Más allá del trauma de que mis hermanos semiclónicos, con los que comparto un parecido importante, tuvieran como deporte -soy la mediana- recordarme que me habían encontrado al lado de la basura, y que aunque me hubieran acogido yo no era de la familia, mis padres, en bloque, se entregaron sin ninguna cortapisa a la infame, y hoy impensable, diversión de asegurarme, con el aplomo que sólo puede tener un adulto ante un niño (más si son dos, más si son los padres de ese niño), que me casaría con un chino y me iría a China, de donde por supuesto no podría volver jamás y donde además me cambiaría la forma de los ojos y se me aplanaría la cara. Absorbida la parte narrativa de la historia, todo se convirtió en un mero señalar: "Mira con ése te vas a ir". Dejo para el olvido familiar mis reacciones aterrorizadas, que incluían gritos desaforados y escapadas a toda velocidad. Cómo no, este padecimiento de causa exógena tiene nombre.
Creo que poca gente ha prestado la misma atención que yo al incremento de la inmigración china en Madrid.
martes, febrero 15, 2011
sábado, febrero 12, 2011
Finally
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Antonio Muñoz Molina
El País, septiembre de 2009
Leí este artículo días antes de ir a Nueva York. Y el título de este libro se me quedó grabado sin ningún esfuerzo. Porque es posible sentir demasiada felicidad cuando estás a punto de irte amb la teva estimada a la ciudad que probablemente te gusta más del mundo y ya tienes el primer título que rastrear al cruzar la puerta de Strand. Sin embargo, Muñoz Molina no había revelado que él era un lector privilegiado, porque Too Much Happiness todavía no estaba a la venta.
Ha pasado más de año y medio. Estrechando el cerco sobre Munro. Antes fueron Las lunas de Júpiter y Amistad de juventud. Lecturas bilingües, simultáneas y robadas en horas de trabajo. Un preámbulo inmejorable para este momento. Porque ahora leo la misma edición de la que habla el artículo, en un ejemplar esporádicamente anotado por la traductora, consultado por todos los que han trabajado con él y que le da una flexibilidad al volumen que a mí me gusta incluso más que la rigidez de los libros nuevos.
Y pienso en el tiempo, en las casuales causalidades, en Nueva York, en Muñoz Molina, en la meva estimada y en que se puede sentir demasiada felicidad cuando te levantas una mañana, abres la cubierta de un libro anhelado y te das cuenta de que no puede haber nada mejor que leer algo tan esperado.